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Lo que pudo ser y no fue: proyectos monárquicos para Iberoamérica

Agustín de Iturbide, Emperador de México
Agustín de Iturbide, Emperador de México

Durante el reinado de Juan Carlos I se ha visto de forma clara cómo la Corona mostraba un claro interés por mantener y estrechar los vínculos con Iberoamérica. Sin embargo, este deseo de proximidad no debe ser considerado como algo totalmente nuevo, sino como la continuación de una tradición iniciada varios siglos atrás. Dicha tradición, dicho deseo, queda plasmado en los proyectos monárquicos que se idearon desde España para aquellos territorios en los siglos XVIII y XIX, monarquías que de una forma u otra estarían unidas a la española.

Además, no debe pensarse que estas relaciones fueron unidireccionales, de España hacia América, sino que en la propia América surgieron también varios planes para situar a un monarca al frente de los diversos territorios. Entre estos proyectos, varios propugnaban permanecer unidos de algún modo a la metrópoli, mientras que otros defendían la independencia absoluta bajo la égida de una monarquía, ya fuera autóctona o extranjera (en muchos casos vinculada a la Casa de Borbón).

Antes del siglo XVIII Gonzalo Pizarro había querido proclamarse rey del Perú y durante dicho siglo con el despertar de la utopía incaica se multiplicaron los que quisieron ser incas o reyes del territorio (Pedro Bohorquez en 1658, Diego de Esquivel y Navia en 1710, Juan Vélez de Córdoba en 1739, Juan Santos Atahualpa en 1742, Tupac Amaru II en 1781, Manuel Valverde y Ampuero en 1805). Todos ellos fracasaron o fueron reducidos por las autoridades virreinales.

Desde España no se contempla la posibilidad de crear monarquías paralelas hasta 1781, cuando se ve que el control de la América española empieza a ser complicado y que los movimientos emancipadores cobran fuerza.

El primero que aparece es el proyecto que José de Ábalos envía a Carlos III en 1781, donde le propone crear tres o cuatro monarquías regidas por príncipes de la Casa de Borbón, y con las cuales se establecerían tratados de amistad y monopolio. Dos años después el Conde Aranda se dirigirá de nuevo al rey para, asegurando su puesto como emperador, llevar a cabo un plan parecido en el que se incluirían además matrimonios cruzados. A principios del XIX fue Manuel Godoy quien planteó el envío de príncipes regentes a los cuatro virreinatos pero, como los anteriores, el plan no fraguó.

Tampoco lo hizo el proyecto elaborado por una comisión mixta de diputados mexicanos y españoles en 1821 y redactado por Francisco de Fagoaga, ni lo contenido en la Memoria relativa a América de 1825, ni el plan ideado por el Conde de Ofalia en 1828. Como reconocía este último en una carta, “España había malogrado la ocasión de establecer algunos príncipes de la familia real en América”.

San Martín
San Martín

En lo relativo a los planes que nacieron al otro lado del Atlántico, el ideólogo fundamental fue José de San Martín. Primero en Miraflores en 1820 y después en Punchauca en 1821, propuso la coronación de un príncipe español en el Perú independizado. El virrey no tenía autoridad para aceptar dicho plan y San Martín no quiso viajar a España a conferenciar con el rey sin tener antes garantizada la independencia del país, por lo que la operación fracasó. Ante esta situación, buscó la entronización de un príncipe ajeno a la Casa de Borbón, enviando en su busca a Juan García del Río y Diego Paroissien a Europa, pero tampoco tuvieron éxito.

Agustín de Iturbide, Emperador de México
Agustín de Iturbide, Emperador de México

Hubo también un proyecto que pretendía la entronización de la infanta Carlota Joaquina como regente en el Río de la Plata, una proposición de José de Riva Agüero que retomaba los planes de San Martín y en México, Agustín de Iturbide llegó a coronarse rey y emperador en 1821, pero acabó siendo expulsado y asesinado en 1824.

Lo que ponen de manifiesto estos proyectos es el arraigo que tenía América dentro del imperio español, el profundo afecto sentimental que existía entre los españoles de ambos hemisferios y el deseo de muchos americanos de mantenerse unidos a la metrópoli. Todos los proyectos pasaban por el establecimiento de un rey, quedando al margen cualquier proyecto republicano considerado ajeno a la tradición hispana, y todos ellos no hacen más que recordar que la preocupación de la Corona por América no es algo nuevo del siglo XX, sino que viene de una tradición y una historia común que merece la pena alimentar.

Pilar BLANCO NAVARRO, Universidad CEU-San Pablo